http://fuerzaparsel.netii.net/fuerza-parsel/newlayout/making-some-magic/kauldron_S.gif











HACIENDO UN POCO DE MAGIA...
La Página está siendo cargada

 

/*/ http://fuerzaparsel.netii.net/fuerza-parsel/newlayout/per_.png /*/

Correo:

Contraseña:



Regístrate
Olvide mi contraseña
¿Problemas?

:: Busqueda

:: Newsletter

Escribe tu e-mail:



BAILE DE NAVIDAD

CLICK PARA INGRESAR

:: FP en la Red







Fuerza Parsel es parte de la comunidad oficial de Webmasters de Harry Potter.


Como saben, estaremos publicando durante 21 días los capítulos en español de James Potter y la Maldición del Guardián, ahora, ya es el gran día, y te presentamos el prologo de la segunda entrega creada por G. Norman Lippert, que puedes leer haciendo click en "Leer Mas".





PRÓLOGO

La lluvia caía en grandes sábanas, golpeando el pavimento con suficiente fuerza
como para levantar una sucia y pesada neblina. Un hombrecillo permanecía de pie
en la esquina, bajo la única farola que funcionaba, y estudiaba la calle. Edificios
abandonados de apartamentos se alineaban a un lado, oscuros y amenazadores,
como dinosaurios muertos. El otro lado estaba dominado por una igualmente
deprimente fábrica tras una verja de alambre. En la verja, los carteles de
advertencia chirriaban y traqueteaban con el viento. Había un coche aparcado en la
calle, con pinta de llevar allí desde hacía tanto como para haberse convertido ya en
parte del ecosistema local. El hombrecillo movió los pies, su cabeza calva relucía
por la lluvia. Miró hacia atrás, hacia las agitadas calles de las que acababa de llegar,
y soltó un carraspeo. Se sacó el puño del bolsillo del abrigo y lo sostuvo en alto
hacia la luz. Cuando abrió la mano, en ella había un pequeño y maltratado trozo de
pergamino. Leyó las palabras por décima vez. Letras de tinta azul deletreaban el
nombre de la calle y nada más. El hombre sacudió la cabeza, molesto.
Estaba a punto de estrujar el pergamino en el puño de nuevo cuando las
palabras desaparecieron bajo la lluvia que caía. El hombrecito parpadeó, mirando
fijamente al espacio que habían dejado. Lentamente, más palabras se escribieron en
el papel, como garabateadas por un lápiz invisible: una dirección.
El hombrecillo frunció el ceño hacia el pergamino, y volvió a metérselo en el
bolsillo. Mirando de reojo, localizó un número sobre la puerta del apartamento
abandonado más cercano. Suspiró y se apartó del brillo amarillento de la farola,
pisando en la cuneta sin importarle que estuviera inundada.
Como sabría la mayor parte de la gente que supiera como mirar, el hombrecillo
no era un hombre en absoluto. Era un goblin. Su nombre era Forge y odiaba
aventurarse en el mundo de los humanos. No es que nadie hubiera notado nunca
nada inusual en su tamaño o en sus extraños rasgos. Llevaba botas con tacones de
cuatro pulgadas y un encantamiento visum-ineptio que hacía que la gente le viera
como un amable ancianito con una severa inclinación de la espalda. Simplemente
no le gustaban los humanos. Eran sucios, ineficaces, y desordenados. A Forge le
gustaba que su mundo fuera igual que su trabajo: pulcro, organizado, y
constantemente revisado para limpiarlo de pasos innecesarios. No es que Forge
llegara al punto de desear la desaparición de la humanidad; simplemente se
alegraba de que tuvieran su propio mundo especial en el que vivir, y que
raramente él tuviera que acudir a este, como una especie de zoo.
Casi había decidido no acudir esta noche. Algo no le cuadraba en esta cita.
Considerando las habilidades únicas de Forge, no era inusual no conocer el
nombre de un cliente, pero estaba acostumbrado a un cierto decoro, no solo una
nota y un número. Forge sabía lo que significaba el número, sin embargo. Era el
pago ofrecido por sus servicios, y bastante sorprendente además. Lo suficiente
como para que Forge dejara su trabajo, y buscara la misteriosa dirección en esta
vasta extensión del decrépito y antiestético mundo humano, incluso a pesar de su
aprensión. Después de todo, Forge era un goblin.
Dejó de andar y estudió el número del apartamento que había junto a él. Miró
fijamente al otro lado de la calle, frunciendo el ceño. La verja de la fábrica
terminaba de repente antes de llegar al siguiente bloque. En su lugar había un solar
vacío, ahogado por malas hierbas, basura empujada por el viento y botellas rotas.
Un camión abandonado se apoyaba borracho contra la esquina, enterrado entre
barro y altas hierbas. El cartel de madera que había en el centro del solar estaba
medio caído. Futuro Hogar de Condominios y Complejos Recreativos Chimera, se leían
en letras desvaídas. Forge sacó de nuevo el puño del bolsillo y lo abrió. La
dirección había desaparecido del pergamino. Tres nuevas palabras se habían
escrito.
Date la vuelta.
Dejó caer el puño a un lado. Miró al solar vacío, mordiéndose los labios. ¿Se le estaba advirtiendo que volviera por donde había venido? Parte de él así lo
esperaba, pero lo dudaba. Lentamente, se dio la vuelta en el punto en el que estaba,
de pie en el centro de la calle desierta, levantando la mirada hacia la oscura masa
del edificio de apartamentos. Una ventana rota le devolvió la mirada, como el ojo
de una calavera. El viento soplaba, alzando las cortinas de la ventana rota,
haciéndolas revolotear. Forge suspiró y bajó de nuevo la mirada al pergamino.
Camina. Hacia atrás.
—Bueno —masculló Forge para sí mismo—. Nadie da un Knut por un Galleón.
Comenzó a andar hacia atrás, alzando las botas cuidadosamente para evitar
tropezar en la cuneta o con las pilas de basura putrefacta. Se subió cuidadosamente
a la acera y continuó, tanteando en busca de la cama de malas hierbas del suelo del
solar vacío. La acera parecía más amplia de lo que había esperado. A cada paso
que daba hacia atrás encontraba sólida y lisa piedra. Forge miró hacia abajo. Había
gastadas y cuidadosamente colocadas losetas de piedra bajo sus botas en vez del
áspero cemento de la acera. Levantó la mirada de nuevo y tomó un silbeante
aliento. Dos formas monstruosas miraban hacia él. Eran gárgolas, cada una posada
en lo alto de un pilar de piedra. La lluvia golpeaba y corría por sus horribles caras.
Entre los pilares había una alta verja de hierro forjado. Mientras Forge observaba,
esta se cerró con un traqueteante y resonante crujido, encerrándolo dentro. Se giró
al instante, con el corazón palpitante, y vio que el hierro forjado formaba una valla
alrededor del solar. Era de seis pies de alto y terminaba en picos furiosos. El solar
ya no estaba lleno de basura. Había un césped, cuidadosamente recortado, cada
brizna de hierba misteriosamente afilada y exactamente de la misma longitud que
sus compañeras. La lluvia formaba gotas sobre la hierba como cristal. Donde antes
había estado el camión abandonado había ahora un largo carruaje negro,
inmaculadamente brillante y cubierto por un artesonado gótico. No había yuntas
para caballos en el carruaje. Forge se estremeció, y después levantó la mirada hacia
el centro del solar.
En lugar del cartel inclinado había una casa. No era enorme, pero sí extraña e
inusitadamente alta. Sus ventanas y contraventanas parecían tener veinte pies de
alto y el techo que la cubría casi parecía proyectarse hacia afuera, como un buitre al
acecho. Unos pilares enmarcaban la puerta principal, que estaba pintada de negro
y tenía un gigantesco llamador en el centro. Forge tragó saliva, se arrastró hacia
adelante, y se aproximó a la puerta.
Cuando subió los escalones, a Forge no le sorprendió ver que el llamador de
latón de la puerta había sido tallado para asemejar a una serpiente enroscada con
relucientes ojos color esmeralda. No le sorprendió verla volver a la vida al
aproximarse. La cabeza se separó de su cuerpo enroscado de latón y sacó una lengua dorada.
—Llevassss el pergamino —siseó la serpiente.
—Ya lo creo. Abre la puerta antes de que pille algo mortal por estar bajo esta
lluvia.
—Muesssstranossss.
—No he recorrido todo este camino para discutir con un pedazo de metalurgia
encantado. Abre la maldita puerta y di a tu amo que he llegado.
La cabeza de la serpiente se alzó muy ligeramente, quedando en posición de
mirar a Forge desde arriba. Los ojos brillaron con una luz verde y la lengua
revoloteó.
—Muesssstranosssss el pergamino.
Forge levantó la mirada hacia la cabeza de la serpiente. Esta se balanceó
ligeramente, azotando el aire con su lengua. Forge había crecido con un padre
herrero y sabía como se hacían los ornamentos encantados. Aún así, había algo en
la ondeante cabeza de latón y el siseo de la lengua dorada que le preocupaba.
Embutió la mano en el bolsillo de su abrigo y recuperó el pergamino.
—Aquí está. ¿Ves? —dijo, intentando eliminar el temor de su voz—. Ahora abre
la puerta.
La serpiente se estiró hacia el pergamino que había en la mano de Forge. Se alzó,
y después escupió una ráfaga de llamas verdes. Forge apartó la mano de un tirón,
chillando mientras la llama consumía el pergamino en medio del aire. Los ojos de
la serpiente brillaron aún más y se desenroscó todavía más de la puerta,
inclinándose hacia la cara de Forge. Forge no había creído que fuera posible, pero
la escultura parecía sonreírle.
—Procccccede —dijo esta. La puerta se desatrancó y se abrió pesadamente.
Forge entró lentamente, mirando alrededor. Se encontraba en un largo
vestíbulo, cubierto por una rica y bastante harapienta alfombra roja. Había gruesas
puertas a ambos lados, lacadas hasta quedar convertidas en brillantes espejos
negros. Todas estaban cerradas excepto la del final. Llegaban voces de detrás de
ella, resonando tanto que Forge no podía entenderlas del todo. Abría ya la boca
para anunciarse cuando la puerta de repente se cerró de golpe tras él,
sobresaltándole. Miró atrás hacia ella, con los ojos muy abiertos, y entonces
escuchó de nuevo. Las voces todavía estaban hablando. Los amos de la casa debían
haber oído el golpe de la puerta, por lo tanto debían saber que había llegado. El
agua goteó firmemente por el ruedo del abrigo de Forge mientras éste avanzada
calladamente por el vestíbulo, hacia la puerta abierta y las voces.
Más allá de la puerta había otra habitación oscura. Había un banco a un lado y
un gran espejo de marco ornamentado en el otro. Otra puerta abierta mostraba la
esquina de una tercera habitación. Forge pensó que parecía una biblioteca. La luz
del fuego titilaba sobre las paredes y las sombras se movían. Las voces se habían
hecho más claras.
—Está muy oscuro —dijo la voz áspera de una mujer—. Estamos demasiado
lejos, mi señor. Es imposible estar seguro.
—Será mejor que no diga eso —replicó la voz de un hombre— "Imposible" es
una palabra tan... definitiva. Quizás no le importe ser un poco más delicada,
madame.
—Si —dijo rápidamente la mujer—. Un error, mi señor. Déjeme mirar de nuevo.
Hubo un movimiento, como si alguien se estuviera removiendo en una silla
grande, y una voz de hombre diferente habló impacientemente.
—Solo dinos lo que ves, mujer. Nosotros decidiremos qué es.
La mujer gimió, no se sabía si de miedo o concentración.
—Hay tres figuras... pequeñas. Son... no, no son pequeñas. Son jóvenes. Uno es
más alto, otro tiene el pelo rojizo. Están... hay una conmoción. Lucha.
Forge escuchaba, sin saber qué se suponía que debía hacer. Examinó la
antecámara, más oscura que la biblioteca y vio un perchero para abrigos junto a la
siguiente puerta. Se quitó el suyo y lo colgó allí. El agua goteaba de él hasta el
suelo de madera. Al parecer tendría que esperar hasta que la entrevista en curso
hubiera terminado. Se aproximó al banco pero no se sentó en él. En el espejo, frente
al asiento, Forge podía ver un reflejo de la biblioteca más allá de la puerta. Tres
grandes sillas estaban de cara al fuego. Forge solo podía ver sus respaldos.
—Hay otra figura. —La voz ronca de la mujer—. Delgada y alta. Un espectro, si
puedo fiarme de mis facultades psíquicas. Los chicos están luchando con ella.
Veo... veo una nube de ascuas descendiendo. Me temo que estoy perdiendo la
visión...
—Déjame mirar. —La voz impaciente.
—Tranquilo, Gregor. La Adivinación no es tu punto fuerte —dijo sedosamente
la primera voz—. Deja que la mujer ejercite sus talentos.
En el espejo, Forge vio una mano moviéndose sobre el brazo de una de las sillas.
Era muy blanca y llevaba un gran anillo negro. La sombra de la mujer se movió
sobre la pared de la biblioteca. Forge reconoció la postura encorvada y el sombrero
de una vieja. Estaba inclinada sobre su cristal.
—No —jadeó la vieja, ahora perdida en su tarea—. Esta no es la niebla de la
distancia ni ningún maleficio de confusión. Esto es otra cosa. Algo está
descendiendo sobre el lugar. Algo que está... tomando forma.
Se hizo un tenso silencio. Forge lo sintió, y supo que los dos hombres estaban
escuchando muy atentamente.
—La lucha ha terminado... —dijo la vieja con una voz cantarina, ya
completamente inmersa en su adivinación—. Hay un fantasma ahora también....
está ayudando al espectro... o quizás sea todo lo contrario. Hay mucho conflicto en
el Vacío. Pero la niebla ha descendido. Está tomando forma... la forma de un... un...
De repente la vieja jadeó. Forge vio como su sombra retrocedía tambaleante,
apretándose las manos sobre la cabeza. Hubo un estrépito y el choque de algo al
caer.
—¡Sigue mirando! —gritó la voz impaciente, Gregor—. ¡Mira y di, o ayúdame...!
—Basta —dijo la voz del otro hombre, casi juguetona. Había una sonrisa en
ella—. Gregor, deja a la pobre mujer en paz. Obviamente ha visto algo que la ha
trastornado mucho.
La vieja estaba jadeando, y entonces, extrañamente, horriblemente, habló otra
voz. Era muy fina, alta, fría, pero absurda. Forge no pudo oír las palabras exactas,
pero parecía alegre, en cierto modo. Los pocos pelos que quedaban en la nuca de
Forge se pusieron de punta.
—¿Qué has visto? —exigió Gregor, ignorando a la voz fina y refunfuñona—.
¿Qué es?
—No abrumemos a la pobre mujer —dijo la primera voz—. Ha cumplido con su
cometido bastante bien. Nos ocuparemos de que reciba el pago acordado. Gracias,
madame.
—Había un hombre —jadeaba la vieja, con voz temblorosa—. Pero entonces...
—Si, gracias —dijo la voz del hombre tranquilizadoramente—. Creo que ya
hemos oído suficiente. Gregor, quizás seas tan amable de mostrar a nuestra
invitada...
—Horrible —cayó de rodillas, y después sollozó enormemente. Forge observaba
la sombra hundida de la vieja, y entonces otra sombra, la de un hombre gordo, se
adelantó, proporcionándole apoyo.
—Si —dijo la primera voz, descartándola—. Era horrible, ese hombre. Gracias.
—¡No! —gritó la bruja. Forge vio su sombra avanzar, apartarse de la sombra de
Gregor—. ¡No el hombre! Él ya era bastante horrible, pero entonces...
Hubo una pausa en la que pareció que la vieja se derrumbaría de nuevo. La
mano blanca en el brazo de la silla se alzó ligeramente. El anillo negro brilló
intermitentemente a la luz del fuego.
—¿Y entonces?
La vieja se estremeció.
—Algo más. Algo... llegó a través... era...
No parecía capaz de continuar. La mano blanca en el brazo de la silla
permaneció inmóvil, fija en un gesto que casi parecía una bendición. La luz del
fuego chasqueaba y titilaba. La horrible voz de ultratumba zumbó y farfulló
quedamente para sí misma.
—Humo —dijo la vieja finalmente. La voz se había alzado, casi en un falsete.
Parecía una niña—. Fuego negro. Cenizas y... y... ojos... y nada. Una nada viva.
Se produjo una pausa, y entonces la mano blanca se cerró en un puño relajado.
—Bueno —dijo la voz del primer hombre casualmente—, eso cambia un poco
las cosas. Quizás debería recibir su pago aquí y ahora, madame. Esta noche.
Lemuel, por favor escolta a nuestra invitada a... er... algún otro sitio, ¿no?
Encontrarás un lugar apropiado para pagarle, estoy seguro.
Las sombras se movieron. Una hasta ahora invisible figura se alzó y condujo a la
vieja lejos del fuego. Forge sintió un pánico repentino creyendo que entrarían en la
antecámara y le descubrirían, y entonces recordó que se suponía que debía estar
allí. Le estaban esperando. Se preguntó a toda prisa si no era demasiado tarde para
echarse atrás. Con dinero o sin él, este parecía un mal grupo con el que estar
involucrado. Para alivio de Forge, Lemuel condujo a la vieja a través de otra puerta
en la parte de atrás de la biblioteca. Lemuel se movía como un sirviente bien
entrenado, aunque bastante más viejo de lo que Forge había esperado. La vieja
parecía atontada mientras caminaba, con los ojos grises y en blanco. Ninguno de
los dos reparó en lo más mínimo en Forge.
—Entonces ya está —dijo Gregor mientras la puerta de atrás de la biblioteca se
cerraba—. Merlinus ha vuelto. Tu plan se ha completado.
—El plan está lejos de haberse completado, pero si, hasta ahora todo ha
procedido tal y como esperaba. Dispondremos de Delacroix. El chico Potter habrá
quedado mortificado al saber que fue una herramienta para lograr nuestros
objetivos. Y Merlinus Ambrosius anda suelto por el mundo de nuevo. Pero,
Gregor, deberías poner cuidado en llamarlo mi plan. Ya sabes quién planeó todo
esto. No aceptaré el crédito por el trabajo del Señor Tenebroso.
Gregor ignoró la reprimenda.
—¿Cómo podemos estar seguros de que Merlín será uno de los nuestros?
—No podemos. La lealtad de Merlín nunca perteneció a nadie excepto a él
mismo. Por eso el Señor Tenebroso nunca estuvo interesado en semejante alianza
mientras vivió. El propio Merlín nunca fue el premio a conseguir, como ya sabes.
Forge oyó a Gregor removerse de nuevo en su asiento.
—No todo el mundo cree en esas historias —dijo tranquilamente.
—Solo los tontos dudan de la existencia del Otro Mundo. Incluso los muggles
creen en el cielo y el infierno. Todo lo que nos debe importar es que el Señor
Tenebroso creía en ello. Si él no hubiera caído, nunca habríamos recurrido a esto.
Pero incluso él vio la validez de tener un seguro a prueba de fallos.
—Si —replicó Gregor—. A prueba de fallos. El Linaje.
—No —dijo la primera voz quedamente—. El Linaje aún no es perfecto. No sabe
quién es. Su poder no ha sido descubierto, está dividido y embotado. El Linaje aún
no ha sido afilado por el guantelete de la muerte, como el Señor Tenebroso, su
creador. Debe ser... refinado.
—¿Y eso será obra de ese que procede del Otro Mundo?
—Entre otras cosas.
Gregor suspiró teatralmente.
—Incluso así, la fe es escasa. Muchos están en Azkaban. Muchos más aún
muertos. El perro, Flecher, está bajo custodia del Ministerio. La maldición Lengua
Atada le silencia, y su identidad aún no ha sido descubierta, pero si nuestra
conspiración se desmorona, se harán las conexiones pertinentes. Potter le
reconocerá de sus días con la Orden. Encontrarán una forma de comunicarse con
él. Sacarhina y Recreant serán los primeros incriminados, pero tú serás el siguiente.
Después de todo, estabas allí con ellos en la caverna del Trono. Tú mismo
ejecutaste la maldición. Fletcher te traicionará.
—Fletcher no tiene nada que el Ministerio pueda utilizar contra nosotros —
tranquilizó la voz sedosa—. Como todos los gobiernos débiles, están demasiado
enamorados de sus ideales de justicia para resultar efectivos contra un enemigo
verdaderamente astuto. Potter nos vigilará, cuando y donde pueda, pero eso es
todo. Déjale. Él cree que la batalla se ha acabado. Vio al Señor Tenebroso sucumbir
ante su propia mano taimada. ¿Y te sorprende, amigo? Tal vez fuera lo mejor.
Después de todo, la semilla debe morir para que la flor florezca. Quizás lo mejor
fuera que nuestro Señor sucumbiera ante el cobarde Harry Potter. Él y sus aliados
se han regodeado durante años en una falsa sensación de seguridad. Creen que
nosotros, como ellos, somos unos cobardes, que no nos volveremos a alzar con la
venganza en nuestros corazones, más fuertes que nunca. Y no olvidemos la
leyenda, Gregor. Puede que de hecho seamos herramientas en la mano de nuestro
más glorioso antepasado. Puede que nuestra misión sea cerrar el círculo de una
antigua venganza; un círculo que empezó hace alrededor de mil años. Amigo mío,
me atrevo a sugerir que el plan que se puso en movimiento tras la muerte del
Señor Tenebroso puede ser incluso más grande de lo que originalmente fue su
intención. Dado lo que hemos descubierto, estoy seguro de que él estaría de
acuerdo conmigo.
La sombra de Gregor se inclinó hacia adelante.
—¿Estás seguro, amigo mío?
—Llámalo una suposición educada. Después de todo, yo estaba entre sus más
cercanos y leales siervos. Sabes igual que yo las... dificultades que hemos
afrontado. Hasta ahora.
Hubo un tintineo cuando Gregor extendió la mano en busca de su vaso de vino.
—Tal vez no debieras decir más delante de nuestro invitado.
—Ah, si —replicó la voz sedosa—. Que insufriblemente grosero por mi parte
hablar como si no estuviera aquí. Señor Forge, únase a nosotros, ¿no le importa?
Forge saltó. Había estado tan inmerso en la conversación que se había olvidado
de que estaban esperándole. Atravesó la habitación entrando en la biblioteca. La
luz del fuego iluminó los bordes de las sillas de cuero.
—Si, gracias, señor Forge —dijo frívolamente la voz sedosa. La mano blanca le
hizo señas. Mientras lo hacía, dos de las tres sillas comenzaron a girarse. Giraron
silenciosamente, como si estuvieran montadas sobre ejes, y Forge vio que en
realidad flotaban ligeramente separadas del suelo—. Dígame, mi buen amigo
goblin: ¿ha oído hablar alguna vez del Transitus Nihilum?
—No, señor —dijo Forge instantáneamente, sintiéndose aliviado de que su voz
no traicionara su nerviosismo—. Solo soy un simple comerciante goblin. No sé
mucho de esas cosas. De hecho, estoy dispuesto a apostar a que olvidaré cada
palabra de lo que se ha dicho aquí en cuanto esté a cincuenta pies de esta casa.
Las sillas dejaron de girar y Forge vio a los hombres sentados en ellas. El de la
izquierda tenía un largo cabello rubio, casi blanco, enmarcando una cara apuesta,
bastante ajada por la edad. Sonreía apaciblemente, como invitando a Forge a
compartir una broma. El de la derecha, Gregor, era más gordo y de mejillas
sonrosadas, con una expresión de extrema indulgencia que desmentía una cómoda
vida purasangre.
—No tema, amigo mío —dijo el hombre pálido—. Precisamos sus servicios
mucho más que su sangre. Permítame iluminarle. El Transitus Nihilum es el un
lugar de cruce. El Vacío entre nuestro mundo y el siguiente. Dígame, cree en el más
allá, ¿verdad?
—Creeré en lo que me pida que crea si eso hace que salga por su puerta en
menos de dos piezas, mi señor.
El hombre rió.
—Esto es lo que me encanta de los goblins, Gregor. Son tan cándidos como largo
es el día. —Se giró otra vez hacia Forge—. Te daré algo más en lo que pensar, mi
nuevo amigo. Nuestros antiguos ancestros creían que había más en nuestro mundo
de lo que podemos ver y sentir con nuestros sentidos. Creían que había entidades
invisibles, seres más grandes que nosotros, más poderosos, inmortales e
inhumanos. Existen no solo en el más allá, sino en la nada que hay en medio.
Tenían palabras para describirlos. No te importunaré con nombres, pero había
cientos de ellos. Y hubo un ser en particular que atrajo el interés de los hombres
más ambiciosos. Algunas veces se le llamaba el Guardián, o el Ser de Humo y
Ceniza. No entraba en nuestro mundo, por lo que sabemos. Habitaba en el Vacío;
que es el mundo opuesto exacto al nuestro, por tanto ni sospecha de nuestra
existencia, ni de la existencia de nada más. Está atado por su propia ignorancia con
respecto a nosotros. Y esto, pensará usted, es buena cosa, ¿verdad, señor Forge?
El goblin se removió, mirando fijamente a los brillantes ojos del hombre. Asintió
con la cabeza.
—Si, por supuesto que si. Porque una criatura con una inhumanidad tan poco
adulterada, un poder tan irreflexivo, si descendiera sobre nosotros, no sería nada
menos que el Destructor, ¿no? Por tanto, es buena cosa que esté ahí fuera... y
nosotros aquí. Los niños pequeños se van a dormir cada noche entendiendo la
verdad que encierra esta afirmación: hay cosas malas acechando por el mundo, si;
pero no son las peores. Esa no nos conoce. Y aún así... —El hombre apartó la
mirada un momento, entrecerrando los ojos—. ¿Y si algo le hiciera ser consciente
de nosotros? Después de todo, nos movemos entrando y saliendo todo el rato por
ese lugar de cruce, ¿verdad? Cuando morimos, pasamos a través de él. ¿Cuando
efectuamos cierto tipo de magia, cuando desaparecemos, no nos deslizamos
también por el Vacío? Afortunadamente, el Guardián vive fuera del tiempo, así
que no nota nuestra diminuta existencia atada al paso de ese tiempo. ¿Pero y si
forzáramos un poco las reglas? ¿Y si uno de nosotros, uno particularmente
poderoso, saliera del tiempo y entrara en el Vacío? ¿Y si uno de nosotros
permaneciera allí lo suficiente como para que el guardián reparara en él?
El goblin no había estado prestando mucha atención, ya que estaba más
preocupado por hacer lo que fuera que tenía que hacerse y salir vivo de la casa,
pero de repente recordó las palabras de la vieja: Fuego negro. Cenizas... ojos... y
nada. Una nada viva.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Forge quedamente.
—¿Yo? —replicó el hombre pálido, alzando las cejas—. Nada. Solo estoy
pasando el rato. Gregor aquí presente tiende a creer en historias fantásticas como
esta. Le divierten.
Gregor gruñó y puso los ojos en blanco. La horrible y lloriqueante voz llegó de
nuevo. Parecía provenir de la silla que todavía estaba de cara al fuego. Forge sintió
la piel del cuero cabelludo tensarse. Lo voz parecía invitar a la locura. Le daba
escalofríos.
—Pero vayamos a los negocios —continuó el hombre pálido—. Señor Forge,
requerimos de sus servicios. Tenemos entendido que es usted algo así como un
experto en, er, restauración. ¿Sería eso preciso?
Forge se agitó.
—Solo soy un simple comerciante goblin, señor..
—Es un maestro restaurador —dijo de repente el hombre pálido, con voz tan
fría como un trozo de hielo—. Dígame que si. Odiaría pensar que le he traído aquí
en vano.
—S-si, señor —respondió Forge rápidamente, intentando no temblar.
—Excelente —replicó jovialmente el hombre pálido, reclinándose cómodamente
hacia atrás en su silla—. Y tengo entendido que esa habilidad suya se extiende a la
restauración de retratos. ¿Sería eso también correcto? No me mienta, señor Forge.
Yo lo sabría.
Forge tragó saliva y miró fijamente a Gregor. El hombre parecía no estar
prestando atención. Miraba ociosamente al vino de su vaso mientras lo removía.
—Yo... si —dijo Forge—. Eso lleva más tiempo, por supuesto. No es una simple
cuestión de reemplazar la pintura. Se deben determinar las pociones correctas para
cada color... los trozos menos importantes han de ser rascados y reutilizados para
conseguir los componentes adecuados... es muy delicado, pero he logrado un
cierto nivel de éxito.
—Fascinante —dijo el hombre pálido, sus ojos azules perforaban al goblin. Está
loco, pensó Forge. Completamente loco. Me pregunto si el otro lo sabe. Me
pregunto si ambos están locos, pero de modos distintos.
El hombre pálido se puso en pie.
—Tenemos un trabajo para usted, señor Forge. Será bastante difícil, me temo,
pero sospecho que un goblin con sus obvias habilidades lo considerará un desafío
a su altura. Es una reliquia familiar de valor incalculable, como verá. Durante
mucho tiempo la creí perdida. Curioso, ¿verdad, cómo las cosas tienden a aparecer
cuando más las necesitas? Ha sido horrendamente dañada por, er, vándalos. Pero
si hay algo que crea usted que puede hacer para ayudar le estaremos
eternamente... agradecidos.
La voz fina farfullaba de nuevo cuando el hombre pálido comenzó a girar la silla
de en medio. De repente, Forge deseó no ver en absoluto lo que había en ella.
Deseó huir, o al menos apartar la mirada. Sabía que si lo hacía, probablemente le
matarían. Observó y escuchó, y cuando la silla se giró por fin, la voz finalmente se
hizo inteligible.
—¡Mostradme ante éeeeel! —jadeó con su fea, diminuta y rota voz—.
¡Mostradmeeee! —Y comenzó a reír con la risa alta, aguda y rota de un hombre
concienzudamente loco, una risa fragmentada y retorcida.
El retrato no era grande. Estaba casi absolutamente destruido. Solo quedaban
unas pocas trizas y jirones: la comisura de la boca; dos dedos de una delgada y
pálida mano; un solo ojo reluciente y rojo. Había sido desgarrado. El reverso del
marco mostraba docenas de cuchilladas profundas y pinchazos.
—¡Haced que me repaaaaareeeee! —gritó el retrato con su fina voz insectil—.
¡Hazlo Luciuussss! ¡Haz que me repareeeee....!
—Será un placer para él, mi señor —sonrió el hombre pálido, levantando la
mirada hacia Forge, con los ojos húmedos, refulgentes.
—¿M-mi señor? —dijo Gregor, como sorprendido al oír al diezmado retrato
hablar tan claramente—. ¡Aún sigue aquí! ¡Pero creíamos...!
—¡Eso no imporrrrrrta! —chilló el retrato de Voldemort—. ¡El Guardián está en
camino! ¡El legado de nuestro antepasado está al alcance de la mano!
¡Veeeeeenganza!
Gregor parecía desesperadamente perdido ante este súbito giro de los
acontecimientos.
—¿Pero... pero cómo le encontraremos, mi señor?
—Noooo lo hareeeemos... —siseó el retrato. El sonido de su voz rota agitó un
jirón del lienzo. Forge temía la visión de esta horrible cosa, temía lo que le iban a
pedir que hiciera. Pero lo que más tenía era lo que esa cosa iba a decir a
continuación.
La pintura suspiró profundamente y dijo, en una exhalación:
—Él nos encontrará a nosotros...

Harry Potter 7

0 Comentarios:

Comenta esta noticia:

No puedes hacer Publicidad de paginas web o de mails dentro de un comentario.