Continuando con nuestra publicación diaria de los capítulos de la continuación de Harry Potter (James Potter), ahora te traemos el tercer capítulo del libro titulado "La Selección". Espero que les guste ^^. Puedes leer el capítulo haciendo click en 'Leer Mas'.
Recuerda también que puedes visitar el sitio web oficial de James Potter 2 (Que por el momento solo ofrece el prólogo y el primer capítulo)
Capítulo 3: La Selección—¡No puede quitar diez puntos a Gryffindor antes de que lleguemos siquiera a la
escuela! —insistió James, trotando para mantener el paso a la enorme zancada de
Merlín. Albus les seguía, mirando atrás airadamente.
—La deducción de puntos a la Casa del infractor es el método de disciplina
preferido en Hogwarts, señor Potter —dijo Merlín distraídamente—. Le pedí que
vigilara al Borley. Y que no permitiera que se utilizara ninguna magia en su
presencia. Fracasó en eso, pero al menos me ha señalado la dirección de su huída.
No estaría cumpliendo cabalmente con mis deberes como director si no le
impartiera alguna forma de disciplina por su completa desatención a mis
instrucciones.
—¡Pero fue Scorpius quien hizo magia! —insistió James, saltando delante del
director y obligándole a detenerse—. ¡No es culpa mía que sea un imbécil
impulsivo! ¡Hice todo lo que pude por detenerle!
Merlín estaba examinando el corredor lentamente.
—¿Realmente hizo todo lo que pudo, señor Potter?
James lanzó las manos al aire.
—¡Bueno, supongo que podría haberme sentado encima de Albus para evitar que
atacara a ese maldito bocazas!
Merlín asintió con la cabeza, y después bajó la mirada hacia James, concediéndole
toda su atención por primera vez.
—Es cierto lo que dicen, señor Potter: provengo de una época muy diferente.
Cuando doy una orden, no lo hago a la ligera. Le convendría recordar que una falta
de esfuerzo por llevar a cabo esas órdenes es más lamentable para mí que un exceso
de esfuerzo. ¿Entiende?
James revisó la frase en su mente, asintiendo ligeramente. Miró fijamente al
director y luego negó con la cabeza.
—Quiero decir —replicó Merlín lentamente—, que espero que haga todo lo que
esté en su poder para llevar a cabo mis demandas. Si sentarse sobre su hermano
podría haber ayudado, la próxima vez, espero que haga exactamente eso. El Borley
ha escapado, y lo que es más importante, su negligencia le ha permitido ganar
poder. No será tan fácil de detener la próxima vez. Y debería ser usted consciente
de que, hasta hace unos minutos, era relativamente inofensivo.
El ceño de Merlín bajó y sus brillantes ojos dejaron la cuestión muy clara. James
todavía se sentía injustamente acusado, pero asintió en acuerdo.
—¿Qué es? —preguntó Albus—. Eso del Borley.
Merlín se dio la vuelta, medio despachando a los chicos.
—Son una especie de fantasmas: criaturas de las sombras. Son seres puramente
mágicos, y como tales, se alimentan de magia. Engañan a magos jóvenes y tontos
para que utilicen la magia sobre ellos para así poder alimentarse y crecer. Cuando
son pequeños, resultan inofensivos. Cuando crecen...
James miró alrededor del compartimento, siguiendo a Merlín.
—¿Qué pasa cuando crecen?
—Creo —dijo Merlín gravemente—, que los llamáis "dementores".
James y Albus sabían lo que eran los dementores. James se estremeció.
—Creo que vi a este mismo Borley hace una semana, en la casa de mis abuelos —
comentó James—. Y después de eso, en el oculista. Armó un jaleo horrible, pero
pocos minutos después, cuando el médico entró en la habitación, todo el lío se
había desvanecido. Todo había vuelto a la normalidad. Creí que me lo había
imaginado.
—No se lo imaginó —dijo Merlín, deteniéndose al final del corredor y girándose—.
Los Borleys provienen de un reino ajeno a la historia. Pueden manipular diminutos
tramos de tiempo, agrupándolos como una arruga en una alfombra. Usted vio sus
acciones, así que le recordó incluso después de que él saltara hacia atrás en el
tiempo y las deshiciera.
Albus arrugó la cara en concentración. Sacudió la cabeza.
—¿Pero por qué haría eso?
—Es un reflejo defensivo —dijo Merlín bruscamente—. Acostumbran a cubrir su
rastro. Es algo semejante a la tinta que utiliza el calamar para confundir a su
enemigo.
—Desde luego me confundió —asintió James.
—Entonces, si no podemos capturarlos utilizando magia —preguntó Albus—
¿cómo haces para atraparlos? ¿Qué haces con ellos después de, hm, detenerlos?
Dijo que tenía que ir a buscar algo. ¿Está en esa bolsa?
—Por favor, volved a vuestro compartimiento, chicos —ordenó Merlín, girándose
y abriendo su propio compartimento. Se colgó al hombro la gran bolsa negra—.
Llegaremos pronto a la estación. Deberíais poneros vuestras túnicas.
—Sí, pero... —empezó Albus, pero fue silenciado por la puerta del compartimento
al cerrarse. Las ventanas estaban empañadas, bloqueando toda vista del interior.
—Bueno, eso sí que ha sido educado —comentó Albus mientras volvían sobre sus
pasos a lo largo de los corredores del tren.
James no dijo nada. Se sentía irritado por la forma en que había sido
responsabilizado de la escapada del Borley. ¿Cómo podía Merlín culparle y
permitir que Scorpius se largara sin siquiera una mirada severa? James había
estado ansiando empezar el año escolar parcialmente porque sentía que tenía una
especie de entendimiento mutuo con Merlín, el nuevo director. Después de todo,
James había sido inadvertidamente el responsable del retorno del famoso mago del
distante pasado. Además, habían trabajado juntos al final del curso anterior para
frustrar un astuto complot para provocar una guerra entre los mundos muggle y
mágico. Y aún así, incluso antes de su llegada a Hogwarts, James parecía haber
sacado a la luz el lado malo de Merlín.
Mientras él y Albus volvían a su compartimento, James recordó las palabras que
había dicho Rose al principio de su viaje: un mago tan poderoso como Merlín podría ser
todavía más temible porque no es malvado, sino simplemente egoísta
Por supuesto eso era ridículo, ¿verdad? Merlín no era egoísta, solo diferente. James
conocía a Merlín tan bien como cualquiera. Hasta le habían consultado sobre si el
famoso mago sería o no un buen director. No era peligroso. Solo provenía de un
tiempo muy diferente. El propio Merlín lo había dicho. Venía de una época mucho
más seria y severa. No sólo era importante que James recordara ese hecho, era
importante que ayudara al resto de los estudiantes a entenderlo también.
Para cuando Albus abrió de un tirón la puerta de su compartimento, había
empezado a llover en serio. Las ventanas del tren estaban veteadas y salpicadas
por enormes gotas. Ralph estaba dormido en su asiento con su periódico
sensacionalista abierto sobre el pecho. Rose estaba enterrada en un libro, apenas
notó su regreso. Y James estaba empezando a pensar que este año no sería tan
divertido como había creído al principio.
Cuando empezó a desvanecerse el día y la lluvia finalmente amainó, James, Albus
y Ralph extrajeron sus túnicas de sus carteras. Las de James y Albus estaban
lamentablemente arrugadas. Rose alzó los ojos de su libro y chasqueó la lengua
hacia ellos.
—¿Vosotros dos no habéis aprendido a doblar vuestra ropa?
—Los chicos no aprenden esas cosas —dijo Albus, intentando alisar la pechera de
su túnica con las manos—. Aprendemos cosas guays. Cosas secretas de chicos de
las que ni siquiera se me permite hablarte. Las chicas se conforman con aprender a
guardar la ropa para que sus maridos tengan buen aspecto cuando van al trabajo.
—Ni siquiera voy a responder a eso —dijo Rose, sacudiendo la cabeza
tristemente—. Solo espero que tu hermana esté aprendiendo mejores lecciones que
tú. El hijo de una famosa jugadora de Quidditch debería ser más listo.
Ralph arqueó las cejas.
—Creo que conozco un hechizo Antiarrugas. ¿Queréis que lo intente?
—No, gracias, Ralph —dijo James rápidamente—, sin ofender, pero todavía te
recuerdo quemando una calva en la cabeza de Victoire el año pasado.
—Eso fue un hechizo de Desarme —dijo Ralph a la defensiva—. Mi varita es un
poco sensible a esos. El problema no es conseguir que funcionen, sino evitar que
funcionen demasiado bien.
—¡Hmm! —dijo Rose con mordacidad—. ¿Me pregunto por qué será?
—Así que realmente le derribaste, ¿eh? —dijo Ralph a Albus, volviendo a un tema
anterior.
—Le tumbó sobre el trasero —dijo James, codeando a su hermano—. Estuvo
bastante bien aunque me acabara metiendo en problemas.
—Tienes que aprender algo de autocontrol, Albus —dijo Rose, dejando finalmente
su libro a un lado—. Puede que él no te guste, pero estás en Hogwarts ahora. No
puedes ir por ahí pegando a la gente que dice cosas que no te gustan.
—¿Cosas que no me gustan? —dijo Albus, fulminando a Rose con la mirada—. ¿Te
perdiste la parte en la que insultó a nuestro difunto abuelo? ¡Hay algo llamado
honor, sabes! Lo haré de nuevo si hace algo más que mirarme mal.
—No dije que no debieras vengarte, Albus —dijo Rose significativamente—. Solo
digo que estamos en Hogwarts ahora. Véngate con magia.
—Caracoles —dijo James, riendo un poco nerviosamente—. La manzana realmente
cayó lejos del árbol contigo, Rosie.
Rose pareció herida.
—Puede que sea hija de mi madre, pero tendré que recordaros que soy una
Weasley también.
Albus hizo una mueca.
—Bueno, no puedo hacer nada realmente mágico aún. Además, me proporcionó
mucha satisfacción derribarle.
Rose lanzó a James una mirada seria.
—Entonces espero que tengas el trasero en forma. Parece que vas a pasar gran
parte de este año sentado sobre tu hermano pequeño.
—Eso es problema suyo de ahora en adelante —dijo James—. Además, Scorpius se
lo merecía. Ese estúpido cretino estaba intentando Aturdir a Albus. Sus padres han
estado enseñándole maldiciones ya. Menos mal que Albus tiene buen alcance.
—Bueno, todo lo que puedo decir es que yo voy a investigar un poco sobre esta
criatura, el borley —dijo Rose mientras el tren frenaba, entrando en la estación de
Hogsmeade.
Albus alzó las cejas con burlona sorpresa.
—¿Quieres decir que hay una criatura mágica de la que no sabes ya?
—A mí me suena a problemas —admitió Ralph—. Si Merlín dice que la cosa se ha
vuelto peligrosa, supongo que definitivamente es algo que debemos vigilar.
James cerró la cremallera de su cartera y se la deslizó sobre los hombros.
—Yo solo quiero saber por qué ha estado siguiéndome por ahí. ¿Por qué me
escogió?
—Obviamente, creyó que podría engañarte para que utilizaras magia sobre ella —
razonó Rose—. Casi funcionó.
—Por eso huyó cuando la amenazaste en la consulta del médico —añadió Ralph,
arqueando las cejas—. Dijiste que le habías dicho que eras un mago, pero que no
tenías la varita contigo. Comprendió que no había razón para armar jaleo si no ibas
a acribillarla, así que cubrió sus huellas saltando hacia atrás unos minutos y lo
deshizo todo.
—Sí, bueno, ¿no sois todos brillantes? —gruñó James—. Me gustaría ver como os
las habríais arreglado vosotros si hubierais estado allí. Además, fueron Scorpius y
Albus los que finalmente dejaron que la cosa se diera un pequeño atracón mágico y
se volviera espeluznante.
—A mí no me culpes —dijo Albus, todavía intentando presionar las arrugas de su
túnica con las manos—. Si hubieras atacado a Scorpius conmigo, podríamos
haberle desarmado antes de que pasara nada. Apuesto a que el viejo Merlín habría
aprobado eso.
Unos minutos después, el tren se sacudió al detenerse. A su alrededor se oyó el
sonido de puertas abriéndose, pisadas, charlas, y voces excitadas mientras los
ocupantes del tren llenaban los corredores, fluyendo hacia las salidas. James,
Albus, Rose y Ralph recogieron sus cosas y se unieron a la multitud.
Cuando salieron al húmedo andén de la estación de Hogsmeade, James captó un
vistazo de Hagrid de pie bajo una farola cercana, apenas encajando bajo ella.
—Los de primer año —gritaba con su voz grave y brusca—. ¡Los de primero por
aquí! El resto id en busca de los carruajes delante. Si aún no sabéis adonde ir,
seguid a los que si saben. Andando, ya.
James aferró la túnica de Albus, deteniéndole.
—Eh —dijo quedamente—. Lo digo en serio. No te preocupes por la Selección,
hermanito.
—En realidad no lo hago —replicó Albus, encogiéndose de hombros—. Recordé
algo que me dijo papá en el andén nueve y tres cuartos.
James parpadeó.
—Bien, bueno. ¿Qué dijo?
—Dijo que el Sombrero Seleccionador tendría en cuenta mis deseos. Dijo que si
realmente no quería, el Sombrero no me obligaría a ser un Slytherin.
—¿Tú, un Slytherin? —la voz de Scorpius se burló tras ellos. James puso los ojos en
blanco. Debería haber sabido que esa pequeña sabandija estaría espiando.
—Déjanos en paz, Scorpius —dijo Albus, apretando los dientes.
—¿O qué? —El chico sonrió—. ¿Vas a arriesgarte a meter a tu hermano en
problemas otra vez lanzándote sobre mí? Eso solo funcionará una vez, Potter.
Albus asintió con la cabeza.
—Haré eso y más si no tienes cuidado.
—Por eso nunca serás un Slytherin —dijo Scorpius airadamente, dándose la vuelta
y alejándose—. Como viste en el tren, los Slytherins luchan con el cerebro y la
varita. Los de tu clase tienen que confiar en la fuerza bruta. ¿Pero qué puedes
esperar de un hijo de Harry Potter?
Albus se tensó para abalanzarse sobre Scorpius otra vez, pero James le agarró del
hombro.
—No te atrevas a ir a por él otra vez, idiota. Eso es justo lo que quiere que hagas.
—¡Se está metiendo con papá! —siseó Albus.
—Está intentando provocarte. Déjalo para luego. Tendrás todo el curso para odiarle.
—Eso es cierto, Potter —dijo Scorpius mientras se alejaba, todavía sonriendo—.
Escucha a tu hermano. Sabe lo que pasa cuando te enfrentas a un Slytherin. ¿Te ha
contado lo que ocurrió cuando intentó robar la escoba de la capitana del equipo
Slytherin de Quidditch el año pasado? Un feo asunto, sí. Oí que terminaste
bocabajo en el barro.
James soltó el hombro de Albus, con la cara roja de rabia.
—¿Quieres verlo, Malfoy? No tenemos miedo a los Slytherins.
—Entonces eres de verdad tan tonto como pareces —dijo Scorpius, su sonrisa se
desvaneció—. Vuelve a haber un Malfoy en la Casa Slytherin. Nosotros no jugamos
a la política. Será mejor que tengáis cuidado. —Fulminó con la mirada a los dos
hermanos, después se giró, con la capa aleteando, y desapareció entre la multitud.
—Pequeño bastardo arrogante, ¿no? —dijo Albus. James le miró y sonrió.
—Te veo en el Gran Comedor, Al.
—Sí —replicó Albus, asintiendo hacia los carruajes—. Que te diviertas con los
thestrals. No dejes que te asusten demasiado.
—Eras tú el que tenía pesadillas con ellos, no yo —dijo James, poniendo los ojos en
blanco—. Como te dije, son invisibles.
Albus simplemente miró a James, con una expresión curiosa en la cara.
—¿Qué? —preguntó James.
—Nada —dijo Albus rápidamente—. Solo estaba pensando en otra cosa que dijo
papá en la plataforma, justo antes de que subiera al tren.
James se detuvo y arrugó el ceño.
—¿Qué dijo?
Albus se encogió de hombros.
—Dijo "puede que James se lleve una pequeña sorpresa con los thestrals".
Con eso, Albus se giró, se colgó su mochila, y caminó hacia Hagrid al final de la
plataforma.
No eran invisibles; al menos no completamente. James se quedó atrás,
sinceramente renuente a acercarse demasiado a las horribles y semitransparentes
criaturas atadas a los carruajes. El más cercano batía lentamente sus alas como de
cuero. Se giró para mirarle, con sus grandes ojos vacíos grotescamente saltones.
—Puedes verlos, ¿eh? —preguntó una voz. James levantó la mirada, sobresaltado,
y vio la cara recia y las mejillas rojas de su amigo Damien Damascus. Damien
también estaba mirando a los thestrals, con la frente ligeramente fruncida—. Yo
empecé a verlos al principio de mi cuarto año. Me sorprendió bastante, te diré. Yo
creía que los carruajes eran simplemente mágicos, que se propulsaban a sí mismos
hasta el castillo. Noah me llevó a un lado y me habló de los thestrals. Él los ve
desde su segundo año. Vamos, son inofensivos. En realidad son bastante guays
cuando te acostumbras a ellos.
James lanzó su mochila al interior del carruaje y escaló al asiento de atrás.
—Hola, James —dijo Sabrina cuando se elevaba hasta el asiento delantero. Todavía
llevaba una pluma en su cabello rojo ondulado. Esta rebotó con garbo al girarse
para mirar sobre el hombro—. ¿De que iba todo ese drama del tren? Merlín parecía
a punto de disparar rayos mortales por los ojos.
James se pasó la mano cansadamente por el cabello.
—No me lo recuerdes. Ya conseguí que le quitaran diez puntos a Gryffindor.
—No es la mejor forma de empezar el año —dijo Petra Morganstern, uniéndose a
Sabrina en el asiento delantero—. Ese tipo de cosas pueden hacer que tus
compañeros Gryffindors se irriten un poco. Afortunadamente, los de séptimo
estamos por encima de semejantes mezquindades.
—Sabrina y yo somos de sexto —señaló Damien—. Y no sé ella, pero yo sigo
siendo tan mezquino como siempre. No os he perdonado por hacernos perder la
Copa de las Casas el año pasado. Para Hufflepuff, quién lo iba a decir.
—Perdona por intentar salvar el mundo —dijo Petra a la ligera, arreglándose la
túnica sobre el asiento—. Además, te recuerdo que tú también estuviste implicado
en esa aventura.
—Puede ser, pero al contrario que el resto de vosotros, mi implicación nunca fue
probada. Por eso nuestro querido ex compañero Ted me nombró chivo expiatorio
oficial Gremlin. Las acusaciones simplemente me resbalan.
Sabrina asintió seriamente.
—Me alegro de que hayas encontrado un buen uso a ese pellejo aceitoso tuyo.
Se produjo un súbito tirón y el carruaje rodó hacia adelante. James miró y vio al
thestrals fantasmal trotando, tirando del carruaje. Entrecerró la mirada hacia él,
intentando verlo más claramente.
Damien se inclinó y le preguntó en voz baja.
—¿Quién murió?
—¿Qué? —balcució James, girándose para mirar al chico mayor. Bajó su propia
voz y preguntó—: ¿Cómo lo sabes?
—Mi tía murió cuando estaba en tercero —replicó Damien—. Fue una estupidez,
en realidad. Un accidente de escoba cuando volvía de visitar a mis abuelos. Mamá
le advirtió que no volara con una tormenta en camino, pero la tía Aggie siempre se
creyó indestructible. Se mantuvo viva en St. Mungo lo suficiente como para que
todos llegáramos a verla. Murió mientras yo estaba allí, en la habitación. Cuando
volví al año siguiente, vi a los thestrals por primera vez. Creí que me había vuelto
loco hasta que Noah me llevó a un lado y me habló de ellos. Dijo que se volvían
visibles para cualquiera que hubiera presenciado y aceptado una muerte. ¿Así que,
quién murió?
James se recostó en su asiento y tomó un profundo aliento.
—Mi abuelo Weasley —dijo con voz suave—. Tuvo un ataque al corazón.
Damien alzó las cejas.
—¿El viejo Arthur Weasley?
—¿Le conocías?
—Bueno, no en persona —replicó él—, pero era el suegro de tu padre, y
afrontémoslo, tu padre es una celebridad. Además, Arthur Weasley se enfrentó a la
serpiente de Voldy, ¿no? ¡No estuvo mal para un chupatintas del Ministerio!
Mucha gente lo sabe. Dicen que eso prueba que el valor es más importante que la
magia cuando llega el momento.
James miró a Damien, sorprendido.
—¿De verdad?
—Claro —dijo Damien—. Quiero decir, la gente que dice eso es también la clase de
gente que compra encantamientos crecepelo y lee El Quisquilloso, pero sí, eso es lo
que dicen.
James volvió a mirar a la forma nebulosa del thestral. Trotaba hacia adelante,
tirando fácilmente del carruaje a pesar del hecho de que parecía lo bastante flaco
como para partirse por la mitad.
—¿Por qué solo es parcialmente visible? —preguntó finalmente James.
—¿Qué? —Damien se inclinó hacia delante—. A mí me parece bastante sólido.
—Puedo ver la calle a través de él —dijo James, estremeciéndose.
—Bueno, como ya he dicho —replicó Damien, recostándose en su asiento mientras
el gran castillo se alzaba sobre los árboles cercanos—, los thestrals se vuelven
visibles para cualquiera que haya visto y aceptado una muerte. No parece que
hayas visto a tu abuelo morir con tus propios ojos como me pasó a mí con mi tía,
pero fuera lo que fuera lo que pasó significó lo bastante para ti como para
impresionarte igual.
—Estábamos esperando a que volviera a casa —replicó James huecamente—.
Estábamos esperando a que volviera por la red Flu. Alguien lo hizo, pero no era el
abuelo. Era el mensajero para decirnos que había muerto.
—Así que pasaste de creer que estaba allí mismo contigo, a saber de su muerte,
todo en cuestión de segundos —dijo Damien, asintiendo con la cabeza—. Lo
bastante cerca como para proporcionarte una mirada a los thestrals. Pero no creo
que eso sea todo lo que hay. Parece que no lo has aceptado del todo aún, ¿no?
James suspiró, sin responder. En vez de eso, contempló la descomunal y
monstruosa forma del castillo que surgía delante. Sus innumerables ventanas
estaban iluminadas contra la brumosa y nublada noche. James creyó divisar la
Torre Gryffindor, donde su cama estaba esperando por él. Era agradable volver
incluso si las cosas parecían diferentes. Se había sentido así desde el funeral,
sabiendo que el abuelo ya no estaba allí fuera en alguna parte como siempre había
estado. No, comprendió James, no había aceptado la muerte del abuelo. Aún no. Es
más, no quería hacerlo. No parecía justo para el abuelo. Aceptar su muerte le
parecía como desentenderse de él.
Durante un momento, James se preguntó si Albus se sentiría igual, y después
recordó como Albus había atacado a Scorpius en el pasillo del tren, derribándole y
gritando "¡Retíralo! ¡Retíralo ahora mismo!". Albus no había aceptado la muerte del
abuelo tampoco. Solo que para él era diferente, principalmente porque Albus había
encontrado a alguien sobre quien descargar su rabia y su pena. Probablemente no
fuera la forma más sana de llevar las cosas, pero a James no se le ocurría otra
mejor. Estaba claro, Scorpius hacía que el odiarle fuera bastante fácil para Albus.
James había crecido con Albus, y sabía lo apasionado que el chico podía ser.
Pensando en eso, James no supo si despreciar a Scorpius o sentir pena por él.
James se maravilló de la capacidad del tiempo para alterar la percepción de uno.
Solo un año antes, había entrado en el Gran Comedor por primera vez, lleno de
aprensión y preocupación. Ahora se lanzó alegremente a la algarabía de la
asamblea de estudiantes, saludando a amigos a los que no había visto en todo el
verano y siendo recibido en medio de la saludable gresca de la mesa Gryffindor.
Las velas flotantes llenaban el comedor de calidez y luz, formando un excitante
contraste contra el gris hosco de las nubes nocturnas que representaba el techo de
la habitación. James se sentó a la mesa y agarró un puñado de Judías Bertie Bott de
Todos los Sabores de un cuenco cercano. Valientemente, se echó una a la boca sin
comprobar el color. Un momento después, torció el gesto, sin atreverse a escupir la
golosina.
—Deberías ser especialmente cuidadoso con esas, James —gritó un compañero de
segundo, Graham Warton—. Fueron donadas gratuitamente por tus colegas
Weasleys. Se han asociado con Bertie Bott para toda una nueva línea de sabores
novedosos, y están haciendo pruebas de mercado.
—¿Qué es? —dijo James, tragando la horrible judía y agarrando una jarra de zumo
de calabaza.
—A juzgar por el color de tu lengua, yo diría que esa era de lima-limón-judía —
dijo Graham, guiñando la mirada estudiosamente—. También hay de mentachocolate-
ardilla y melocotón-pepino-tofe.
—¡Damien acaba de comerse una de carne-riñón-roca! —gritó Noah desde el otro
extremo de la mesa, señalando—. ¡Agacharse todo el mundo! ¡Creo que va a
explotar!
James no pudo evitar reír mientras Damien luchaba por tragar la judía. Petra le
golpeó duramente en la espalda hasta que Damien la apartó, abalanzándose sobre
su copa.
Un silencio ondeó sobre los bulliciosos estudiantes y James levantó la mirada para
ver a Merlín aproximarse al enorme podio sobre el estrado del comedor. Vestía
una resplandeciente túnica roja con un cuello alto dorado, y James reconoció la
versión bastante anticuada de Merlín de una túnica de gala. Las mangas y el cuello
de la túnica tenían incrustados adornos entretejidos que relucían con oro y joyas
auténticas. La barba del gigantesco hombre centelleaba por el aceite y llevaba con
él su báculo, golpeándolo agudamente contra el suelo mientras se aproximaba. Era
tan alto que hacía que el podio pareciera pequeño. Se inclinó sobre él ligeramente,
sus ojos eran ilegibles mientras recorrían a la silenciosa asamblea.
—Saludos, estudiantes y personal de la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería
—dijo lentamente, su voz profunda resonó por todas partes—. Mi nombre es
Merlinus Ambrosius, y como puede que ya sepáis por la radio mágica o los
periódicos, soy el nuevo director de esta institución. Como tal, espero no volver a
oír más de esa inquietante tendencia verbal de esta era de utilizar mi nombre como
expresión de asombro. Deberías saber que ni yo ni mis pantalones lo encontramos
en absoluto divertido.
James sabía que el comentario se habría considerado una broma si Merlín no lo
hubiera dicho con tan penetrante gravedad. Miraba a la asamblea de estudiantes,
desafiando a cualquiera a intentar aunque fuera una risa ahogada. Aparentemente
satisfecho, se enderezó y sonrió apaciguadoramente.
—Muy bien entonces. Como director, sucedo a madame Minerva McGonagall, que,
como pueden ver, se ha dignado permanecer en la escuela para ejercer como mi
consejera y continuar con sus tareas como profesora de Transformaciones.
Hubo una salva de aplausos, que pareció tomar a Merlín por sorpresa. Parpadeó
hacia la multitud, y después sonrió ligeramente, comprendiendo lo que estaba
ocurriendo. El aplauso creció hasta una ovación sostenida y Merlín retrocedió
apartándose del podio, reconociendo a la anterior directora. Sobre el suelo ante el
podio, los de primer año estaba alineados tras el profesor Longbotton. James vio a
Albus y Rose, que miraban alrededor a su vez con temor reverencial.
Rose alzó la mirada hacia el estrado justo cuando la recientemente renombrada
profesora McGonagall empujaba su silla hacia atrás. Se ponía en pie y alzaba una
mano, sonriendo tensamente. En el suelo, Rose codeó a Albus y señaló.
—Gracias —gritó McGonagall sobre el sonido del aplauso, intentando ahogarlo—.
Gracias, sois muy amables, pero os conozco demasiado bien como para no saber
que al menos algunos están aplaudiendo mi largamente esperada partida por
razones propias. Aún así, se aprecia bastante el sentimiento.
La risa sustituyó al aplauso mientras se profesora McGonagall volvía a posarse en
su silla. Merlín se aproximó al podio de nuevo.
—Además de encontraros con un nuevo director, aquellos que volvéis este año
encontraréis varios cambios más. El menor de ellos no será la instauración de
nuestra nueva profesora de Literatura Mágica, Juliet Revalvier, que es en sí misma
una competente escritora, como muchos puede que sepáis. Finalmente,
permitidme presentaros a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras, el profesor Kendrick Debellows.
Una oleada de susurros respetuosos llenó el comedor cuando un hombre alto se
levantó a medias de su asiento en el estrado. Su sonrisa era enorme y dispuesta, y
alzó una mano. James le recordaba del tren. Era el hombre que había pasado junto
a él y Albus cuando estaban buscando al borley. James no le había reconocido
entonces, ahora lo hizo. Su cabello todavía era negro y severamente corto, pero
había ganado un montón de peso en los años transcurridos desde su famosa
cruzada como líder de los Harriers, el escuadrón de fuerzas especiales del mundo
mágico. Al otro lado de la habitación, en la mesa Slytherin, James vio a Ralph con
aspecto asombrado. Su amigo Trenton estaba inclinado sobre él, al parecer
explicando quien era Kendrick Debellows. Sobre el suelo bajo el estrado, James vio
a Scorpius darse la vuelta, con la cara vagamente disgustada.
—Tengo la colección completa de la figuras de acción Debellows en casa —oyó
James susurrar a Noah significativamente—. Las colecciono desde que era niño.
Solía azuzarlas contra el gato de Steven hasta que una de ellas casi le hizo un nudo
en la cola.
—Veo que muchos estáis familiarizados con el profesor Debellows —comentó
Merlín desde el podio—. Confío en que por consiguiente encontréis sus clases
interesantes a la vez que desafiantes. Y ahora creo que presenciaremos una de las
más antiguas e importantes tradiciones de la escuela: la Selección de nuestros
estudiantes más recientes para sus Casas. Profesora McGonagall, si nos hace el
honor.
Exactamente como el año pasado, un taburete de madera fue colocado sobre el
estrado. Sobre él, el gastado y antiguo Sombrero se aposentaba, sin parecer nada
más que un trapo polvoriento de un armario olvidado. James sabía que en tiempos
de sus padres, y durante siglos antes de eso, el Sombrero había cantado una
canción antes de la Selección de cada año. El año pasado, sin embargo, no había
habido canción. James no había pensado mucho en ello; simplemente había
asumido que después de todos esos siglos el Sombrero merecía un descanso
ocasional. Ahora, el antiguo Sombrero se removió en su taburete, aparentemente
preparando la canción. El pliegue que formaba la boca pareció abrirse, tomar un
profundo aliento, y entonces la alta y rítmica voz del sombrero llenó el silencio.
Mil años y más he resistido en mi puesto
Y observado la marea de los años siempre ir y venir
La justa Hogwarts no se altera a pesar del peso de los años que pasan
Pues Hogwarts sabe que el tiempo da vueltas, mientras ella solo envejece
El alzamiento de villanos coincide, para mantener el correcto equilibrio
Con héroes incipientes, en cuyos ojos la buena justicia resplandece brillantemente
En el pasado reciente, el temible Voldemort se alzó atemorizante
Y el destino envió a un héroe, el huérfano Potter, Harry
Y así se desvela el drama eterno de los tiempos
Los jugadores cambian, las localizaciones varían, pero el tema es constante.
La raíz del mal siempre encuentra un nuevo y fértil jardín
Pero el corazón del valor es siempre fuerte para traernos el buen perdón del destino
Y esto, ya veis, nos lleva hasta mí, el Sombrero que hace la Selección.
Porque es mi tarea mantener el equilibrio del bien que frustra el mal
Porque yo presencié el amanecer de esta larga batalla que perdura
Y por larga que sea esta vieja y dura lucha, mi esperanza resiste
Veo la semilla que garantiza el papel de cada estudiante
Y los coloco en la Casa en la que la semilla crecerá más prudente
En Hufflepuff, la semilla de la lealtad y la diligencia
Para Ravenclaw, el vino del conocimiento crece con sentido común.
El bravo Gryffindor alimenta el valor y el coraje del corazón.
Y Slytherin da a aquellos que aman la ambición un buen comienzo.
Van por tanto a su Casa como señal de su vocación.
Pero mucha importancia se da a un indicio de la motivación más profunda
No cometáis un error, no juzguéis a nadie por la casa de su Selección.
En vez de eso observar siempre para medir su comportamiento.
Porque el bien puede venir de cualquier Casa, a pesar de su estandarte.
Y el mal, también, puede inflirtrarse dentro del feudo más fino.
Bajo mi ala ahora ven y siéntate para oír mi declaración.
Pero tranquilo, confía en la inclinación de tu propio corazón.
No importa lo que ocurra mientras estés sentado en esta silla.
El verdadero juicio de tu futuro está en lo que se asienta bajo tu cabello.
Cuando el Sombrero Seleccionador terminó su canción, el Comedor estalló en un
aplauso. James sonrió, estirando el cuello para mirar al otro lado de la habitación
hacia Ralph, que sonrió en respuesta un poco tímidamente. Si alguien necesitaba
oír la canción más reciente del Sombrero, ese era Ralph, cuya asignación a
Slytherin había sido una fuente de constante consternación durante el año anterior.
Cuando el aplauso murió, la profesora McGonagall se aproximó al Sombrero,
sacando un largo pergamino de su túnica. Lo desenrolló y lo estudió a través de
sus diminutos anteojos. Asintió para sí misma, bajó el pergamino, y cogió el
Sombrero Seleccionador por la punta.
—Cameron Creevey —anunció ruidosamente—. Por favor, suba al estrado.
Un chico muy pequeño y de aspecto nervioso subió los escalones y trepó sobre el
taburete. No puede ser que yo pareciera tan joven y asustado cuando me senté en ese
taburete. Pensó para sí mismo James, sonriendo. Lo recordaba muy bien: la voz del
Sombrero mágico en su cabeza evaluándole, debatiendo en qué Casa encajaría
mejor. Había sido una decisión reñida. Momentos antes de subir al estrado, y
después de que la directora McGonagall hubiera pronunciado su nombre, la mesa
Slytherin había estallado en un aplauso. Una guapa chica de aspecto severo y
cabello oscuro llamada Tabitha Violetus Corsica había dirigido el aplauso, y
mientras James evocaba el recuerdo, pensó por primera vez que el aplauso
Slytherin había sido simplemente una treta, con intención de convencerle de
convertirse en un Slytherin. Con lo asustado que había estado, preocupado por la
responsabilidad de seguir los pasos de su famoso padre, James casi había caído en
ella. Durante un momento fugaz, bajo el ala del Sombrero Seleccionador, James
había considerado el ser un Slytherin, y el Sombrero había accedido. Solo en el
último segundo había reafirmado James su resolución, probando que tenía que ser
un Gryffindor, como su padre antes que él.
—¡Gryffindor! —proclamó el Sombrero Seleccionador. La profesora McGonagall
alzó el Sombrero de la cabeza de Creevey mientras la mesa Gryffindor explotaba
en algarabías. Cameron Creevey sonrió con patente alivio mientras bajaba
corriendo los escalones. Se sentó dispuesto en la parte delantera de la mesa,
colocándose entre Damien y uno de séptimo llamado Hugo Paulson.
—Thomas Danforth —llamó la profesora McGonagall, leyendo de su pergamino.
Un momento después, la mesa Ravenclaw animó al chico con gafas que sonreía
tímidamente, uniéndose a sus nuevos compañeros de Casa. Mientras la Selección
continuaba, James recorrió el comedor con la mirada, divisando todas las caras que
conocía. Allí estaba Victoire, sentada esplendorosamente entre sus amigas
Hufflepuff de séptimo año. Gennifer Tellys y Horace Birch se susurraban el uno al
otro al final de la mesa Ravenclaw, y James recordó a Zane contándole que habían
empezado a verse durante el verano. Al otro lado de la habitación, Tabitha Corsica
se sentaba sonriendo cortésmente, con las manos pulcramente cruzadas sobre la
mesa delante de ella. A su izquierda se sentaba Philia Goyle, cuya cara de ladrillo
se mostraba tan inexpresiva como siempre. Tom Squallus se sentaba a la derecha
de Tabitha, con el cabello rubio peinado pulcramente y los ojos casi
antinaturalmente brillantes y alertas. Casi parecía como si estuvieran tramando
algo, pero James se recordó a sí mismo que los Slytherins siempre tenían esa pinta.
Probablemente solo esperaban la Selección de su nuevo colega...
—Scorpius Malfoy —llamó la profesora McGonagall, bajando el pergamino y
mirando a lo que quedaba de la fila de los de primero. El chico izó la comisura de
la boca mientras se giraba. Subió los escalones y se sentó con garbo sobre el
taburete, balanceando una pierna ante él. El Sombrero lanzó una sombra sobre su
cara cuando la profesora McGonagall lo bajó.
Varios segundos pasaron. La habitación se había ido alborotando bastante a
medida que los estudiantes mayores se aburrían con la ceremonia, pero quedaron
en silencio de nuevo cuando la pausa se extendió. El Sombrero estaba
perfectamente inmóvil sobre la cabeza de Scorpius. El propio Scorpius no se
movía. James miró alrededor, sorprendido por el retraso. Todo el mundo sabía que
los Malfoy eran Slytherins. A su familia se la conocía por haber estado entre los
mayores seguidores de Voldemort. Lucius Malfoy, el abuelo de Scorpius, se decía
que seguía escondido por los crímenes que había cometido como mortífago,
aunque el padre de James lo había negado. "Solo le gusta creer que es el hombre
más buscado del mundo mágico", había bromeado con Ginny una mañana en el
desayuno. "Su peor castigo es vivir en un mundo donde su ídolo ha muerto". Así
pues, no había duda sobre la Casa de un Malfoy, ¿no? Ellos casi definían lo que era
ser un Slytherin. Tal vez algo iba mal con el Sombrero. James codeó a Graham, que
le miró y se encogió de hombros con curiosidad.
—¡Gryffindor! —cantó de repente el Sombrero Seleccionado, apuntando su pico al
techo.
Un absoluto y atónito silencio llenaba el comedor cuando el Sombrero fue
levantado de la cabeza de Scorpius. La barbilla de este cayó y cerró los ojos.
Después de un largo momento, se bajó del taburete y se arrastró lentamente
escaleras abajo. La mesa Gryffindor permaneció absolutamente en silencio
mientras Scorpius se aproximaba. Pasó la delantera de la mesa ,donde la mayoría
de los recientemente nombrados Gryffidor estaban sentados con los ojos abiertos
de par en par. James observó como Scorpius recorría la longitud entera de la mesa,
sin alzar la mirada. Cuando alcanzó el final, se detuvo un momento,
aparentemente reacio a sentarse realmente. Finalmente, se dejó caer sobre un banco
del extremo. Alzó los ojos, y James vio que estos estaban teñidos de rojo. Scorpius
fulminó a James con la mirada. Después de un largo momento, apretó los labios y
apartó la vista hacia la parte delantera del comedor.
—Albus Potter —llamó McGonagall en medio del silencio. James no pudo evitar
mirar de reojo a la mesa Slytherin. Tabitha no se estaba levantando para aplaudir
esta vez. Extrañamente, sin embargo, todavía mostraba su sonrisa cortés, al parecer
completamente impasible por la Selección de Malfoy.
Albus miró por encima del hombro mientras subía los escalones del estrado. James
asumió que le miraba a él. Sonrió alentadoramente y asintió con la cabeza. Albus
no mostró señal de haberle visto. Se aproximó al taburete y se quedó con la mirada
baja por un momento. La profesora McGonagall asintió bruscamente con la cabeza.
Albus cuadró los hombros, se giró, y se sentó.
No hubo charla insustancial cuando el Sombrero se posó sobre la cabeza de Albus.
Cada ojo de la habitación observaba. Todo el mundo sabía que Albus iba a ser un
Gryffidor. James solo había bromeado al respecto porque estaba seguro de que no
era mas que una broma. Un Potter nunca sería enviado realmente a Slytherin. Pero
mientras pensaban en ello, James recordó la mirada de odio en la cara de Albus
cuando Malfoy le había insultado en el andén de Hogsmeade. Albus siempre había
sido un chico apasionado. Eso podía ser muy bueno, algo encantador. Pero como
James había comenzado a pensar recientemente, también podía ser espeluznante.
Demasiado tarde, James comprendió que Albus no se había vuelto para mirarle a
él, James, cuando subía los escalones para su Selección. Se había girado a mirar a
Scorpius, para asegurarse de que este estaba observando. Quería asegurarse de que
Scorpius no se perdía lo que estaba a punto de ocurrir.
—¡Slytherin! —proclamó el Sombrero ruidosamente. Se produjo un jadeo colectivo
y sostenido que llenó el comedor. La profesora McGonagall alzó el Sombrero de la
cabeza de Albus, e incluso ella parecía sorprendida por el anuncio.
Albus sonreía alegremente, pero no estaba mirando a la mesa que pertenecía a su
nueva Casa, que había irrumpido en un aplauso salvaje. Albus estaba mirando al
otro extremo de la mesa Gryffindor. James no necesitaba seguir la mirada de su
hermano para saber lo que estaba buscando, pero de todos modos lo hizo.
Scorpius Malfoy devolvía la mirada a Albus, con los ojos malévolos, su boca era
una línea sombría y blanca de puro odio.
jueves, septiembre 04, 2008
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